viernes, 19 de junio de 2009



“En la Muy Noble y Leal Ciudad de Nta. Señora de los Zacatecas, a los 8 días del mes de diciembre, Festividad de la Purísima Concepción, del Año del Señor de 1750, en el templo de la Inmaculada, de la Compañía de Jesús, a las 12:00 horas, se verificó el enlace del muy noble Caballero D. Santiago Apóstol de Ceballos y Moncada Márquez de los Pinos, Gran Caballero de las Reales Ordenes de Santiago y Alcántara etc. etc., con la bella y virtuosa señorita Da. María de fa Concepción de Saldívar y Mendoza, hermana del Señor Mariscal de Campo D. Vicente de Saldívar y Mendoza. El A. P. D. Ignacio de Loyola Calderón, unió a los contrayentes con el sagrado lazo del matrimonio, ocupando la Cátedra Sagrada el R. P. D. José de Gracia Hernández. El coro estuvo a cargo de la Sohola Catorum, del Real Colegio de la Inmaculada”.

“Apadrinaron la ceremonia el Señor Mariscal y su distinguida esposa Da. Ana Treviño de Bañuelos de Saldívar y Mendoza; el Excmo. Sr. Conde de Santiago de la Laguna, D. José Julián Rivera y Bernárdez y su virtuosísima esposa Da. María de los Dolores Llaguno y Castillo de Rivera”.

“Las naves del hermoso Templo, profusamente iluminadas, semejaban cascadas de oro, en el Altar Mayor, bajo un dosel de terciopelado azul, la virgen sonreía”.

“La bella desposada envuelta en sedas y encajes semejaba un ángel, el novio portaba el traje blanco de Santiaguista”.

“Lo más distinguido de nuestra sociedad se dió cita en el Templo. A la salida de los desposados, se abrió una granada que pendía del coro arrojando una lluvia de flores sobre los concurrentes”.

“Al descender la escalinata, una banda militar les hizo los honores. En la residencia del Sr. Mariscal se sirvió un magnifico Banquete”.

Esto dijeron las crónicas de aquellos tiempos, y por varios días y aún semanas duraron los comentarios, lo que nadie supo, fue que la bellísima desposada a pesar de su juventud y sus riquezas, de sus magníficas joyas y lujosos atavíos, no era feliz, era víctima de las conveniencias sociales, así que su regio traje nupcial solo sirvió de mortaja a-sus más caras ilusiones.

Porque Conchita, amaba con todo su corazón a Gonzalo de la Mena, el joven ayudante del Sr. Mariscal, que aunque dotado de bellas prendas morales, no poseía ningún caudal por lo que tan dulce idilio era una quimera.

Un año luchó Conchita por defender su amor, rechazando los magníficos partidos que se le presentaban, hasta que el Marqués pidió su mano y el Sr. Mariscal tomó cartas en el asunto y la hermosa niña tuvo que obedecer con la muerte en el alma.

Gonzalo creyó enloquecer de dolor, pero al ver la entereza de su adorada, se esforzó también por asistir al sacrificio de su amor.

Antes de pronunciar Conchita el “sí” supremo buscó con la mirada a Gonzalo para decirle adiós con los ojos anegados en llanto y el corazón hecho pedazos, ya su acrisolada piedad y su virtud sin tacha le prohibían seguir pensando en él.

Gonzalo recibió aquella mirada y en su alma se desencadenó una horrible tormenta.

Cuando al volver a su residencia el Sr. Mariscal reclamó los servicios de su ayudante, supo con disgusto que Gonzalo habiéndose sentido súbitamente enfermo, se retiró a la Hospedería, que los Padres de la Compañía, tenían junto al Real Colegio, (por lo que mucho tiempo se llamó ese callejón del Hospital).

Conchita, no sobrevió mucho al sacrificio de su amor, no bien llegó a sus nuevos lares, fue víctima de una violenta calentura que entonces se llamaba “tabaquillo”, fueron inútiles los esfuerzos de la ciencia médica por salvarla y quince días después de su matrimonio fue conducido su cadáver engalanado con el mismo traje nupcial, al Templo de la Inmaculada para ser sepultada según su último deseo en la cripta que hay debajo del altar.

Gonzalo de la Mena, dejó el servicio del Sr. Mariscal, para ingresar al noviciado de la Compañía de Jesús, muriendo en Filipinas cinco años después.

Si esto lectores dijereis que invento, como me lo contaron lo cuento”.